sábado, 1 de enero de 2011

Año nuevo en Francia: una experiencia gastronómica... con un toque de nostalgia

 Si me preguntan cómo celebran en Francia las fiestas de año nuevo. O mejor, cómo son los festejos en La Bretaña (este país es muy grande y variado), debo confesar que mi estómago fue el que más lo disfruto (volvemos al tema de la panza). La comida es la mejor excusa para reunirse a compartir, por lo que son muchas las cenas, almuerzos y agasajos que se organizan en torno a mesas repletas de mariscos, carnes, manjares tradicionales y 'recetas de autor', los cuales van siempre acompañados de 'pequeñas entradas', tablas de quesos, ensaladas y el infaltable café al terminar. Toda una maratón gastronómica que termina por ponerte en apuros digestivos, pero qué más da... ¡Navidad y año nuevo bien valen como excusa!
 Una de las tradiciones más singulares, es la de la 'Galleta de Reyes', la cual si bien comenzó siendo un plato que se producía con motivo de la fiesta del 6 de enero (la llegada de los 'Reyes Magos'), su éxito y consumo se extendió a todo el periodo navideño. Se trata de una especie de torta sorpresa rellena de confitura (muchas veces sorpresa también, pues algunas marcas no especifican en su empaque el sabor). Al interior, el fabricante esconde una figurita de porcelana con diversos motivos (la globalización puso en la nuestra a los personajes de Narnia en reemplazo de los animalitos, retablos de iglesias o motivos tradicionales).
El cómo partir y repartir la galleta es todo un ritual, pues ésta debe ser entregada a cada uno de los comensales sin que quien parta y distribuya las porciones (único que podría llegar a intuir dónde está la figura), sea quien determine a quién corresponde ese pedazo. Una vez cada cual tiene su parte, todos comen esperando con atención a que algún vecino o uno mismo, descubra en medio de un mordisco el 'objeto extraño' que convierte al afortunado en rey o reina por una noche, siendo coronado y aplaudido por todos (la corona viene incluida en el paquete).
 En nuestro caso la celebración fue muy tranquila. Cenamos en la casa de la mamá de Lucette (que se ganó la corona esa noche) y luego fuimos a encender la chimenea. No hubo música, ni pólvora, ni vecinos bulliciosos, ni marranos, ni globos... casi que ni personas en los alrededores, pues el barrio se quedó en silencio desde antes de las 9 p.m. Si hubo festejos entre las familias de nuestro barrio, éstos se los llevaron para bares y restaurantes o para las casas de los familiares que viven muy lejos de nosotros, pues el silencio no fue roto por nada distinto al estruendo de la maleta de rodachines de Momam cuando salimos a dar la vuelta al sector a media noche.
Muchas risas causó entre todos los amigos y familiares de Lucette que conocieron nuestra 'aventura de año nuevo' por las calles desiertas de Plouezec, pero se trata de una tradición que por más de 10 años me ha acompañado y a la que, sin creer oficialmente en agüeros, he dotado de una significación muy especial. Comienza un nuevo año y estoy de nuevo lejos de mi país. Nuevos destinos espero que sean los que comiencen a llenar mis libros de viaje... y, por que no, de historias este blog. 

2 comentarios:

  1. Hola Diego:

    Què bacano reencontrarte de nuevo en la lectura de tus textos...me parece escucharte cuando te leo. Estoy orgulloso de vos. Què todo te marche bien...
    un abrazo,
    Hugo H

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