El Monte de Saint-Michel está ubicado en la frontera entre La Normandía y La Bretaña y es uno de los principales sitios turísticos del occidente de Francia. Ya quisiera haber podido tomar la foto que utilizo para mostrárselos arriba... es una postal, recuerden que estamos en invierno, así que confórmense con las que les comparto más abajo en medio de la neblina.
Para llegar al Monte hay que atravesar una carretera que sigue la misma ruta del paso que une desde hace varios siglos a la isla en la que se eleva el monasterio con el continente. Un único camino rodeado de arenas movedisas que se han tragado a cientos de los soldados de todas las épocas que han buscado conquistar este lugar estratégico. El mar y el río corren por debajo de esas, en apariencia, tranquilas playas que con cada marea cambian de forma, haciéndolas parte fundamental en el paisaje de este sitio.
El eje principal de este lugar es una abadía que data del siglo XI y que, obviamente, ha ido siendo complementada a lo largo de los siglos. Los visitantes pueden contratar visitas guiadas en varios idiomas, alquilar equipos de audio para disfrutar de un recorrido autónomo... o caminar con un mapita que ofrecen de manera gratuita y que, en nuestro caso, nos fue de gran utilidad.
Más allá del convento y cada uno de sus espacios, el Monte Saint-Michel ofrece a los visitantes la posibilidad de recorrer una laberíntica ciudad del medioevo con detalles de todos los siglos... maniquíes de nuestros tiempos al lado de armaduras del siglo XVI, museos dedicados al tema de las torturas al lado de boutiques llenas de perfumes y prendas con lo último de la moda invernal. Una ciudad imperdible y la oportunidad para que disfruten de la sensación de atravesar por las bases de la Torre de Babel, en medio de los grupos de turistas de todas las nacionalidades.
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