Quienes me conocen desde hace años, sabrán que son muchas las cosas que hago y digo por que sí, sin que medien razones diferentes a un parecer, un gusto o una costumbre autocreada (convertida en disciplinada tradición). No beber, caminar, ponerle nombre a las cosas, seguir mis diarios, numerar generaciones de objetos (navajas, libros, etc.). Pequeñas cosas que terminan por hacerme inexplicablemente feliz. Así fue como empecé a querer y a añorar visitar Hungría (convirtiéndome hasta en 'hincha fiel' de su otrora poderosa selección de fútbol), y, de manera especial, quería conocer Budapest.
Una ciudad que recorrí decenas de veces a través de películas (¿recuerdan por ejemplo las tomas de la ciudad en una de las entregas de Misión Imposible?), libros (Cómo olvidar Budapest... uno de los mejores regalos que me han dado), fotografías y hasta en sueños. Razones de más que me motivaron (con el patrocinio de Maria Sierra), a ponerme como meta celebrar mis 30 años en medio del puente sobre el río Danubio que separa a Buda de Pest. Dos ciudades unidas gracias al esfuerzo de hombres y mujeres que se enfrentaron a la naturaleza, legándole a la historia una estructura en la que se funden la ingeniería y el arte.
Sé muy bien que los 30 años no los pude cumplir en Budapest, pero como la terquedad es lo último que se pierde (después incluso que la fe), gracias a algunos 'pequeños ajustes' y no pocas carreras, logré llegar aún con 30 años a ese emblemático puente, para cumplir sobre él y las aguas del Danubio los 31. Una oportunidad de lujo para confrontar una teoría que me permitió estar tranquilo durante 11 meses y 29 días, al haber celebrado mi anterior cumpleaños en la que, para mí, era la ciudad más parecida a Budapest en todo Colombia: Mitú, Vaupes. Les comparto el veredicto:
Me encanta!!!! no veo la hora de que me puedas contar historias
ResponderEliminarQue mal...yo aun pensaba que si se parecían...
ResponderEliminar