La batalla de las Ardenas, o del saliente, librada en condiciones penosísimas en el invierno de 1944-45, durante casi siete semanas, fue uno de los grandes enfrentamientos de la II Guerra Mundial y la última gran ofensiva del ejército alemán en el frente occidental. Las imágenes de los tanques Tiger y Panther avanzando apresuradamente sobre la nieve, de los soldados estadounidenses cavando trincheras en el suelo helado y de los combates sin cuartel en los bosques, pueblos y encrucijadas forman parte de las más icónicas de la contienda, al igual que figuran entre sus nombres emblemáticos los de Malmedy, Bastogne, la operación aérea Bodenplatte, el Kampfgruppe Peiper o los comandos de Skorzeny -que causaron gran confusión infiltrándose con uniforme enemigo-.
Hitler lanzó lo mejor que le quedaba, 300.000 soldados (muchos fantasmagóricamente vestidos de blanco), 1.800 tanques y cazacarros, 2.400 aviones, en un desesperado intento por cambiar el curso de la guerra. El ataque, iniciado el 16 de diciembre, cogió a los Aliados, que, medio año después del desembarco en Normandía, daban la guerra casi por acabada, completamente desprevenidos.
Tras un inicio prometedor, luchas de una brutalidad tremenda y una tenaz defensa de las tropas de EE UU –es famosa la contestación del general McAuliffe de la 101ª Aerotransportada al exigirle la rendición de Bastogne: “¡Nuts!” (¡y un huevo!, en versión libre)- , los alemanes se vieron obligados a detener su avance sin conseguir el nuevo Dunkerque que ambicionaba su Führer".
Con motivo de la conmemoración del 70° Aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, los invito a disfrutar de este buen artículo publicado por El País de España y, ojalá, de los libros que en él recomiendan.
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